
Hay un religioso de
edad que se toma muy en serio colaborar con nuestra revista. Tiene la
jornada bien ocupada. Dedica buenas horas a echar una mano en la misión
con sus hermanos más jóvenes y además encuentra tiempo para orar por la
misión y el mundo que, como bien dice, “tanto ama Dios”. Tiene este
hermano una vida serena, equilibrada y feliz. Está ocupado en las
necesidades de los demás porque sufre cuando percibe privaciones,
carencias e injusticias… y en este tiempo son muchas. Sabe ponerle
nombre a la crisis, porque sus amigos preferidos son pobres… esa es su
fuerza. Tuvo en sus tiempos jóvenes muchas y variadas responsabilidades
en la comunidad y en la congregación. No los echa de menos, porque hoy
sigue teniendo la vida llena, plena. Ha entendido que la vida no son los
cargos, sino ser fiel al encargo de Dios… y ese no desaparece al
cumplir años.
Conocimiento de la realidad: visión esperanzada del presente
Hoy me ha escrito.
Como siempre ofreciendo visión serena. Me aporta una buena relectura de
todo lo que se escribe sobre la vida religiosa, que no es poco. Conoce
bien nuestra vieja Europa, pero también América Latina y un poco menos
Asia y África, pero poco menos. Es un religioso formado, como tantos, y
es capaz de comprender que lo que pasa aquí es fiel reflejo de lo que
acurre allá y, a la vez, es muy diferente. Es un exponente de esa
lectura posmoderna de la realidad, con el poso de haber trabajado la
Suma Teológica y la historia de la filosofía de Nicola Abbagnano. Nunca
he percibido en sus palabras y actitudes una mínima sombra de nostalgia.
Es inteligente y sabe que ni nuestro decrecimiento actual, ni el
sorprendente crecimiento de hace unos años, del que depende el momento
presente, son cifras serenas. Son datos afectados por realidades
sociológicas que todavía no hemos sabido integrar, ni interpretar
convenientemente.
Siempre tiene algún
relato positivo sobre alguno de los religiosos más jóvenes. Admira cómo
trabajan, con la solvencia con que responden y, sobre todo, con la
sinceridad con que refieren las cosas de Dios en la propia vida. Vamos
que a mi colaborador anónimo de vida religiosa, le sorprende la
sinceridad que edades más jóvenes tienen a la hora de hablar de sus
logros y debilidades; de sus penas y fracasos… Dice él, con cierta
gracia, “¡y yo que me formé pensando que lo bueno era callarlo,
silenciarlo… para endurecerme y así ser más fuerte y mejor misionero!”.
Sí, ante todo, mi amigo está contento con la edad que tiene, con lo que
vivió y, me atrevería a decir, con lo que le queda por vivir… mucho o
poco. Y eso se nota.
Acompañamiento de la vida religiosa en esta era
Cuando me hice cargo de la revista me dijo sólo tres cosas, y hoy me parecen especialmente útiles.
La primera que
sopesase bien qué publicaba. Decía él, «piensa que asumes esta
responsabilidad en un momento en el que la vida religiosa está viviendo
un cambio de ubicación. Por eso procura siempre alguien que suavice la
tensión, aligere la carga y proporcione esperanza. No te estoy
sugiriendo que mientas, eso nunca, pero procura incidir más en las
posibilidades que en las debilidades». Me reiteró aquello de los
profetas de esperanza frente a los agoreros de calamidades del Papa
Juan. Y me lo ilustraba con una larga lista de ejemplos de una cierta
tentación maniquea que nos ha acompañado a la Iglesia desde tiempos
inveterados.
La segunda, que nunca
escribiese sin tener presente que lo leería alguien que piensa, siente y
necesita. Que no hay textos asépticos, válidos para cualquier tiempo y
circunstancia, sino que deben contener vida que se da y recibe, deben
ser textos en relación, porque ésta en su expresión más clara
Dios/persona, es el fundamento de la teología. Sus palabras resuenan
siempre en mí, sobre todo cuando, en determinadas circunstancias te
preguntas qué es lo que procede, cuál es la visión de la publicación o
si es oportuno terciar en determinadas polémicas con la palabra o el
silencio.
Me dijo una tercera
cosa. Sencilla, muy concreta, la expresó más o menos así: “procura no
caer en los ismos”. Me sonreí entonces, pero me doy cuenta hoy que es
muy sensato. Los «ismos», sean del signo más o menos; sean de apertura o
cierre; sean de alabanza o juicio, están siempre equivocados, porque
generalizan, cosifican, no describen y, además, engañan. La vida
religiosa no puede caer en el pragmatismo, pero debe tener presencias
pragmáticas y regirse, en buena medida, por ellas. No puede abogar por
el conservadurismo, pero tiene que tener originalidad para cuidar lo que
ha sido válido siempre. La vida religiosa no es el adalid frente al
hedonismo, porque una estética del culto y la relación es muy propia de
la consagración… Y si ya son ismos de mirada desde la ventana, son más
peligrosos: “cómo cambiar el corazón de esta sociedad regida por el
hedonismo, pansexualismo, efectismo, individualismo, posibilismo…se
preguntaba un religioso, no precisamente caracterizado por su capacidad
para la comunión y la gratuidad”. Dice mi viejo amigo que, quien así
habla, no tiene carisma para cambiar nada, tampoco a sí mismo.
Nuestra razón de ser
Ofrecer lo que creemos
Mi amigo, que tiene
varios lustros más que yo, me indicó, sin pretender enseñar, que un
rasgo esencial de la vida religiosa es la inculturación. El vivir al
ritmo de la época. Que la inducción
hacia la trascendencia en cada contexto sólo se da cuando hay personas
que la hacen posible y creen en ella. Hace unos meses aludiendo al Año
de la fe, decía sencillamente: “lo que hace falta es personas que, en
verdad, crean”, lo hacía comentando determinadas terapias-espectáculo
con las que pretendemos comunicar qué significa creer a base de fuerza y
número. Él, formado en la escolástica, resulta que es un ejemplo claro
de que la evangelización crece en el diálogo y la aceptación del lugar
donde está la persona. Así, no vive la pluralidad como peligro, ni la
interculturalidad como contaminación. Así, reitera que la vida religiosa
es la palabra ágil de la Iglesia para este tiempo, porque curiosamente, es la única forma de vida que puede rehacerse desde lo que Dios está sugiriendo para hacerse comprensible para esta época.
Comprender lo que vivimos
La mayor parte
de las cosas que se escriben sobre la vida religiosa le resultan
útiles. También en esto es rara avis porque no tiene otro tipo de
pretensión respecto a la verdad, sólo admirarla. Él es de los que da
ejemplo en el siempre aprender. No tiene tanto prejuicio como para
situar autores en el índice de lo prohibido. Una mañana que pasó a
saludarme, me comentó: “te das cuenta
de la riqueza que supone la información”. Y me relató varios
acontecimientos ocurridos a miles de kilómetros que supondrían un cambio
muy significativo en la humanidad. Aquel día habían confluido una
manifestación en Buenos Aires, un encierro en Sudáfrica, la construcción
de un gigantesco puente en Australia y un acto académico en Paris…
Conocerlo todo y quedarse con lo bueno, «es una oportunidad para quien,
enamorado del evangelio, lea la vida y la historia, como historia de
Salvación», suele repetir. No le gustan determinados editoriales de los
periódicos porque sostiene que la ideología es enemiga de la verdad. Por
eso su editorial diario lo hace de distintas publicaciones. Es un
ejercicio sencillo, casi matemático suele ejemplificar, «si quitas todo
lo que va contra, sueles encontrar todo lo que, de verdad es». También
sobre este asunto de las ideologías tiene sus enseñanzas, en lo que se
refiere a la Iglesia. Este tiempo necesita personas con horizontes
amplios en los cuales sólo se busque a un Dios que se ha empeñado en
hacer camino con la humanidad. Filosóficamente es un tiempo muy rico,
dice mi anciano amigo, -el quiere que lo llame viejo-, porque es más
real y que, «como los polos opuestos se atraen, está encantado con este
tiempo porque es nuevo y se encuentra a gusto en él». En esto también
rompe el molde, al menos a mí me lo parece, cuando sin forzar el
discurso es capaz de encontrar aspectos muy positivos en el tono y el
fondo de la juventud. Por ejemplo, dice él, que le gusta encontrar y ver
a los jóvenes en sus ámbitos y no tanto en los que nosotros les
proporcionamos. En estos últimos, afirma, hacen y dicen lo que a
nosotros nos gusta oír, no tanto lo que, de verdad, circula por sus
venas y, claro, así nunca llegamos a tener noticia real de cómo es en
realidad la juventud. Por eso aplaude cuando ve presencias arriesgadas
de la vida religiosa en espacios conquistados por los jóvenes… Dice, con
gracia, que la cuestión no es adoctrinar, sino entender. Y hoy,
desgraciadamente, estamos confundiendo la pastoral de juventud con
adoctrinamiento, aunque no se entienda nada.
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