María
José Alos y Consuelo Rojo son dos religiosas adoratrices. Son mujeres
de juventud madura que quieren vivir al pulso del momento presente.
Después de varios destinos, ahora están dando lo mejor de sí en Valencia
y Burgos, respectivamente. Manifiestan realismo, pero con más fuerza,
esperanza. Siguen, como toda su congregación, al lado de la mujer
excluida, marginada o explotada. En las situaciones de máxima debilidad,
han descubierto la bienaventuranza que les da vida. Porque –como
afirman– es posible un mundo distinto.
¿Qué misión estáis realizando ahora en vuestras comunidades?
María
José Alos: Vivimos en una casa pequeña destinada a la acogida de
“mujeres víctimas de trata” con fines de explotación sexual. El proyecto
acaba de sufrir un cambio. El motivo surge por querer dar respuesta a
una necesidad que se nos planteaba en Valencia –pues no existen casas de
acogida para “mujeres víctimas de trata” en toda la Comunidad
Valenciana–, así que nos arriesgamos para atender las necesidades de
estas mujeres.
Aquí llevo la administración del proyecto y de la comunidad.
Por
otro lado, partiendo de que la identificación de las mujeres, “víctimas
de trata” con fines de explotación sexual, la realiza la policía,
nosotras estamos luchando para poder acompañar a las mujeres en este
trance. No tienen confianza en las fuerzas y cuerpos de seguridad;
digamos que lo que conocen en sus países de origen, y en su tránsito por
España, no es muy positivo o agradable. De ahí que no suelan hablar y
se mantengan en silencio.
Nuestro
deseo es poder realizar nosotras esa identificación, ya que ser mujeres
nos acerca un poco más a ellas, y el hecho de conversar y compartir,
nos abre las puertas para profundizar en su sitación y poder
acompañarlas en esos momentos tan duros por los que están pasando: momentos
de confusión, de miedo, de incertidumbre... Por ello, nos planteamos
salir a la calle para encontrarnos con ellas. No podemos esperar,
solamente, a las “redadas” de la policía.
Cuando una mujer es identificada como “víctima de trata” se le ofrece nuestra casa, a la que ellas acceden libremente.
La Ley
de Extranjería, en su art. 59 bis, ofrece a la mujer un tiempo de
reflexión para que decida qué quiere hacer: poner una denuncia, regresar
a su país… Ese período es de 30 días para decidir su futuro, para
tomar la decisión de quedarse o marcharse. Comprendemos que es muy poco
tiempo para que estas mujeres puedan recuperarse tanto física como
emocionalmente. Por eso les ofrecemos nuestra casa, un espacio donde
sentirse lo más cómodas posible, donde se puedan sentir seguras y a
salvo, y puedan, sobre todo, recuperarse.
Consuelo Rojo: Nuestra casa es una comunidad que se amplía cada vez que llega alguien nuevo.
Las
Adoratrices hablamos de ofrecer casas de puertas abiertas. Por eso
abrimos nuestras puertas a cada mujer que desea descansar o lanzarse a
la aventura de lo nuevo. Las puertas permanecen abiertas para que la
vida siga siendo eso, vida. Nuestra misión principal es creer en cada
mujer, y en ser testigos de que la vida de Jesús puede resucitar en cada
una de ellas.
¿Qué fue lo que más os atrajo de las Adoratrices? ¿Cómo supisteis que este era vuestro sitio?
M.J.A:
Es curioso pues yo no conocía a las Adoratrices, ni siquiera sabía que
existían. Estudié en un colegio religioso -Franciscanas de la
Inmaculada-, pero nunca me planteé ser religiosa. Recuerdo que cuando
inicié mi proceso vocacional, ya dirigido hacia la vida consagrada, me
encontré como quien busca una aguja en un pajar. Lo único que tenía
claro es que buscaba un lugar donde poder ayudar a la mujer, donde mi
experiencia de vida me permitiera acompañar. Así que, con mi acompañante
iniciamos esta búsqueda y, al conocer a las Adoratrices, supe que ese
era mi lugar. En ellas vi algo que me cautivó: la acogida, la
familiaridad. Me sentía bien, en paz, me sentía invitada a volver con
ellas; a querer conocerlas un poco más.
La
combinación de la misión que tenían -acogida a la mujer con problemas de
adicción- y aquello que las empujaba a realizar su misión -la
Eucaristía- me pareció perfecta.
C.R: A
mí, desde el principio, lo que más me atrajo fue el encontrarme con
mujeres felices, que vivían su consagración desde el servicio a la mujer
explotada. Mujeres que hacen camino con mujeres que desean recuperar su
vida; mujeres que han aprendido a vivir desde la verdad, haciendo de
cada día un intento de encuentro y sanación.
¿Cómo es vuestra experiencia de vida comunitaria? ¿Qué significa para vosotras “compartir”?
M.J.A:
Quiero decir que, según mi experiencia, la vida comunitaria en las
etapas de formación se cuida mucho, pero cuando ya estás “inserta en el
mundo” -por decirlo de alguna forma- la cosa cambia.
Nuestra
vida comunitaria, por ejemplo, es compartida con las mujeres que
acogemos, es decir, vivimos todas juntas, como en una familia.
Intentamos cuidar los espacios en los que solo estamos las religiosas de
la comunidad (que no siempre se consigue). Para mí, compartirlo todo
significa vivir las 24 horas con mis hermanas y con las mujeres
acogidas. Tenemos espacios comunes: cocina, sala de televisión, capilla…
pero lo mejor es compartir la mesa y, en ella, nuestro día, el de las
mujeres, el de la propia comunidad. Eso no quiere decir que no tengamos
dificultades; las tenemos. A veces, hasta salen chispitas… eso es
compartirlo todo.
C.R:
Aunque llevo menos años en la vida religiosa, he tenido diferentes
experiencias de vida comunitaria. Desde las que no llenan el corazón y
no dan vida, hasta las de verdadero encuentro. He tenido la suerte de
vivir la comunidad como un don, donde la vida es regalada, donde cada
día se nos invita a descubrir la Presencia de quien nos convoca. Esta es
la comunidad donde he sido capaz de caminar y hacer caminar, donde he
descubierto el verdadero rostro de Dios en mis hermanas.
¿Os afecta el envejecimiento de la vida religiosa? ¿Creéis que hay capacidad para la renovación?
M.J.A:
La verdad es que soy consciente de que mi congregación tiene una edad
media considerable; pero también he de decir que me considero afortunada
ya que en mi comunidad hay hermanas de casi todas las edades.
El
envejecimiento afecta si no lo vives como gracia. La sociedad avanza muy
de- prisa y también los jóvenes. Nuestras formas son distintas y
también lo son nuestras visiones, pero no nos equivoquemos: una hermana
mayor puede ser más joven que las jóvenes.
¿Renovación?
La renovación vendrá cuando dejemos actuar al Espíritu Santo en
nosotras. No se trata de edades, sino de mentalidades y de aceptación de
cada una de nuestras etapas.
C.R:
Por supuesto que afecta el envejecimiento de la vida religiosa. A veces
se puede hacer difícil vivir con muchas hermanas mayores. Pero es
igualmente cierto que son ellas las que nos mantienen y sostienen, nos
hacen vivo el carisma, nos recuerdan qué es lo que estamos llamadas a
vivir…
El que
seamos pocas jóvenes, hoy por hoy, a mí no me asusta. Lo que me da
miedo es mirar la gran cantidad de edificios, totalmente equipados….
llenos de personas que comparten nuestro trabajo, pero no nuestro
carisma y misión. Hablamos mucho de misión compartida pero, ¿misión
compartida es compartir solo el trabajo, las responsabilidades… y
olvidarnos del Espíritu que anima la misión adoración-liberación?
¿Podemos olvidarnos de la espiritualidad de quien nos convocó y
congregó?
Desde vuestro punto de vista ¿se están tomando decisiones acertadas para conectar la vida religiosa con la realidad?
M.J.A:
La misión que nosotras desarrollamos nos hace estar bastante conectadas
con la realidad. Es verdad que nos preocupa todo lo que ocurre en el
mundo y sobre todo a nuestro lado. Es muy importante estar allí donde se
nos necesita. Si no estuviéramos conectadas a la misión no tendría
sentido nuestro estar junto a la mujer que grita; no sería real… y,
pienso, que nuestro ser y estar, es muy real para ellas y para el
entorno en el que se mueven.
C.A:
Constato que se están haciendo intentos y, algunos bastantes acertados,
pero creo firmemente que tenemos que ser más valientes y tomar
decisiones más arriesgadas; como por ejemplo dialogar con todas las
generaciones, llegar a consensos, ser capaces de hacer relevos
generacionales y confiar más en el Espíritu. Él nunca ha dejado de ser y
estar con nuevas formas y nuevas maneras...
La opción por las personas que la sociedad excluye configura vuestra vida, ¿por qué?
M.J.A:
Mi vida la configura mi seguimiento de Jesús en una misión muy
concreta: la mujer que es víctima de cualquier situación de esclavitud,
especialmente la mujer víctima de “prostitución y trata”. Jesús también
estuvo junto a los excluidos de la sociedad, junto a aquellos que no
contaban y eran invisibles a los ojos de todos. Nosotras le seguimos al
estilo de Micaela y aceptando el don regalado, nuestro carisma de adorar
y liberar.
Como
mujer me cuesta mucho aceptar todo aquello que atenta contra nuestra
dignidad. Las vidas rotas de tantas mujeres claman continuamente y sus
vidas reconstruidas son aliento y libertad. “Solo por una vale la pena
tanto esfuerzo” decía nuestra santa.
C.R: A
mí, me gusta vivirme y saberme diciéndome: “soy una mujer consagrada al
servicio de mujeres explotadas”. Las mujeres somos las olvidadas de la
historia, las que no contamos, las que no somos nombradas… Esto se
agudiza todavía mucho más si son mujeres en contextos de prostitución.
Ellas son las últimas y las grandes olvidadas; son aquellas que usamos y
tiramos, el símbolo de nuestra sociedad actual, la sombra de la
sociedad que nadie quiere ver, la esquizofrenia de nuestro mundo… pero
las preferidas del Padre: “Las prostitutas os precederán en el Reino de
los cielos” (Mt 21, 31).
No por
ser prostitutas, Jesús les da su Reino, sino porque siendo prostitutas
son capaces de olvidarse de ellas mismas, de todo el mal que les rodea y
acoger la Buena Nueva; se ponen a los pies de Jesús creen y colaboran
con Él.
Para que la vida religiosa recupere su efecto llamada en personas jóvenes tendría que...
M.
J.A: Tener comunidades vivas. Algunas de nosotras nos manifestamos
cansadas. El cansancio no atrae, la vida y la alegría sí. Tendríamos que
salir a la calle, estar donde están los jóvenes, porque sé que ellos no
van a venir a donde estamos nosotros. Necesitamos mezclarnos en su
ambiente, vivir lo que viven…
Con
ello no quiero decir que tengamos que hacer como ellos sino estar con
ellos, que es muy distinto. La vida religiosa tendría que morir a
ciertas estructuras y dar paso a otras nuevas… tendríamos que romper o
desajustar algunos horarios, abrir nuestras puertas para poder
compartir.
C.R: Tendríamos que vivir en constante escucha de la Palabra, lo que supone ser más audaz
y coherente. Estamos llamadas a donde las personas están, en todos los
lugares, en todos los rincones adonde el aliento de Dios llega. No hay
fronteras para Dios. Las mujeres nos llaman y reclaman, necesitan aprender a amar gratuitamente.
Nosotras
necesitamos ser valientes para romper con estructuras que nos atan,
vivir realmente la pobreza, abrir nuestras casas, ceder nuestros
espacios, siendo y estando disponibles.
¿Puede una persona joven compartirlo todo con personas de otras edades?
M.
J.A: ¿Puede una persona joven compartir con su madre, padre, hermanos,
abuelos, tíos y primos? No somos un apéndice de nada, somos igual que
otras personas. Es verdad que mi comunidad no es mi familia biológica,
pero son con quienes comparto mi vida, cada día. Ese “todo” es relativo,
porque tampoco con mi familia biológica lo compartía “todo”, tampoco
con todos mis amigos lo compartía todo. Con cada persona tengo una
relación distinta. Vamos creando vínculos, poco a poco, y en ese ir
creando vínculos es cuando vamos creciendo juntas, cada una es distinta,
por eso la esencia de la comunidad es la diversidad.
C.R:
Cuando se tiene la capacidad de llegar a lo profundo de cada persona, a
lo profundo de cada hermana, de cada mujer, te ayuda a encontrarte
contigo misma: los mismos anhelos, los mismos sueños, los mismos
desafíos… Cada una en su etapa, en su momento, en sus circunstancias…
Pero en lo profundo del ser: Dios.
Qué opinión os merece la interculturalidad, ¿qué experiencia tenéis?
M.J.A:
A nosotras la interculturalidad nos viene dada, sin pensarlo. La
vivimos sin, apenas, proponérnoslo a causa de la acogida que tenemos en
nuestras casas. Yo he llegado a convivir con mujeres de seis
nacionalidades distintas. Esto significa ceder espacios, aceptar
cambios… es complicado, no es sencillo.
Aparte
del reto que esto puede suponer, también nos encontramos con verdaderas
fronteras culturales difíciles de entender. Esto referido a nacionalidades,
pero la interculturalidad también la tenemos dentro de España con las
diferentes comunidades que culturalmente son tan distintas. Integrar
todo es un trabajo laborioso donde todas ganamos y ninguna pierde.
C.R: En mi casa, en ocasiones, vivimos con mujeres de otras nacionalidades, culturas
o religiones… y, aunque es cierto que hacemos intentos por acercarnos,
eso de perder lo tuyo para aceptar lo positivo, lo de otro no siempre es
fácil. Pero, desde luego “con” y “por” las mujeres se consigue.
Por otro lado, si en una comunidad son todas ellas españolas...
puede suponer un problema… solo basta ver las caras ante comidas
cocinadas de otra manera, las mismas palabras con otros significados,
tantas costumbres y tan diferentes….
Para concluir: ¿qué significa para vosotras ser religiosas en un cambio de época?
M.J.A:
Es dar testimonio, un compromiso y una coherencia de vida hasta el
extremo. Ante la incomprensión de mis conocidos yo sonrío.
En
estos momentos significa que tengo que arriesgar, que no me puedo quedar
estancada en el sistema. Dicen que estamos en un cambio, pues yo
también debo cambiar con el mundo. Debemos estar preparadas para
cualquier acontecimiento, con los ojos abiertos a las nuevas necesidades
que las mujeres nos van a ir presentando (y que ya están aquí). No
podemos pararnos, pues el mundo no se para y nosotras estamos en el
mundo.
C.R:
Ser religiosa adoratriz para mí es mostrar el rostro de Dios Padre
Misericordia y Dios Madre de Ternura; ser el Rostro de Dios Hijo que
clama en la mujer en prostitución y Dios Espíritu que siempre está
buscando nuevos cauces de liberación.
fonte: http://www.vidareligiosa.es/index.php?option=com_content&view=article&id=788:mirada-con-lupa&catid=8:entrevistas&Itemid=12