segunda-feira, 7 de abril de 2014

El centro de la vida religiosa

Escrito por Luis A. Gonzalo Díez. 
Fonte: http://www.vidareligiosa.es
La vida con centro
Hay un religioso de edad que se toma muy en serio colaborar con nuestra revista. Tiene la jornada bien ocupada. Dedica buenas horas a echar una mano en la misión con sus hermanos más jóvenes y además encuentra tiempo para orar por la misión y el mundo que, como bien dice, “tanto ama Dios”. Tiene este hermano una vida serena, equilibrada y feliz. Está ocupado en las necesidades de los demás porque sufre cuando percibe privaciones, carencias e injusticias… y en este tiempo son muchas. Sabe ponerle nombre a la crisis, porque sus amigos preferidos son pobres… esa es su fuerza. Tuvo en sus tiempos jóvenes muchas y variadas responsabilidades en la comunidad y en la congregación. No los echa de menos, porque hoy sigue teniendo la vida llena, plena. Ha entendido que la vida no son los cargos, sino ser fiel al encargo de Dios… y ese no desaparece al cumplir años.
Conocimiento de la realidad: visión esperanzada del presente
Hoy me ha escrito. Como siempre ofreciendo visión serena. Me aporta una buena relectura de todo lo que se escribe sobre la vida religiosa, que no es poco. Conoce bien nuestra vieja Europa, pero también América Latina y un poco menos Asia y África, pero poco menos. Es un religioso formado, como tantos, y es capaz de comprender que lo que pasa aquí es fiel reflejo de lo que acurre allá y, a la vez, es muy diferente. Es un exponente de esa lectura posmoderna de la realidad, con el poso de haber trabajado la Suma Teológica y la historia de la filosofía de Nicola Abbagnano. Nunca he percibido en sus palabras y actitudes una mínima sombra de nostalgia. Es inteligente y sabe que ni nuestro decrecimiento actual, ni el sorprendente crecimiento de hace unos años, del que depende el momento presente, son cifras serenas. Son datos afectados por realidades sociológicas que todavía no hemos sabido integrar, ni interpretar convenientemente.
Siempre tiene algún relato positivo sobre alguno de los religiosos más jóvenes. Admira cómo trabajan, con la solvencia con que responden y, sobre todo, con la sinceridad con que refieren las cosas de Dios en la propia vida. Vamos que a mi colaborador anónimo de vida religiosa, le sorprende la sinceridad que edades más jóvenes tienen a la hora de hablar de sus logros y debilidades; de sus penas y fracasos… Dice él, con cierta gracia, “¡y yo que me formé pensando que lo bueno era callarlo, silenciarlo… para endurecerme y así ser más fuerte y mejor misionero!”. Sí, ante todo, mi amigo está contento con la edad que tiene, con lo que vivió y, me atrevería a decir, con lo que le queda por vivir… mucho o poco. Y eso se nota.
Acompañamiento de la vida religiosa en esta era
Cuando me hice cargo de la revista me dijo sólo tres cosas, y hoy me parecen especialmente útiles.
La primera que sopesase bien qué publicaba. Decía él, «piensa que asumes esta responsabilidad en un momento en el que la vida religiosa está viviendo un cambio de ubicación. Por eso procura siempre alguien que suavice la tensión, aligere la carga y proporcione esperanza. No te estoy sugiriendo que mientas, eso nunca, pero procura incidir más en las posibilidades que en las debilidades». Me reiteró aquello de los profetas de esperanza frente a los agoreros de calamidades del Papa Juan. Y me lo ilustraba con una larga lista de ejemplos de una cierta tentación maniquea que nos ha acompañado a la Iglesia desde tiempos inveterados.
La segunda, que nunca escribiese sin tener presente que lo leería alguien que piensa, siente y necesita. Que no hay textos asépticos, válidos para cualquier tiempo y circunstancia, sino que deben contener vida que se da y recibe, deben ser textos en relación, porque ésta en su expresión más clara Dios/persona, es el fundamento de la teología. Sus palabras resuenan siempre en mí, sobre todo cuando, en determinadas circunstancias te preguntas qué es lo que procede, cuál es la visión de la publicación o si es oportuno terciar en determinadas polémicas con la palabra o el silencio.
Me dijo una tercera cosa. Sencilla, muy concreta, la expresó más o menos así: “procura no caer en los ismos”. Me sonreí entonces, pero me doy cuenta hoy que es muy sensato. Los «ismos», sean del signo más o menos; sean de apertura o cierre; sean de alabanza o juicio, están siempre equivocados, porque generalizan, cosifican, no describen y, además, engañan. La vida religiosa no puede caer en el pragmatismo, pero debe tener presencias pragmáticas y regirse, en buena medida, por ellas. No puede abogar por el conservadurismo, pero tiene que tener originalidad para cuidar lo que ha sido válido siempre. La vida religiosa no es el adalid frente al hedonismo, porque una estética del culto y la relación es muy propia de la consagración… Y si ya son ismos de mirada desde la ventana, son más peligrosos: “cómo cambiar el corazón de esta sociedad regida por el hedonismo, pansexualismo, efectismo, individualismo, posibilismo…se preguntaba un religioso, no precisamente caracterizado por su capacidad para la comunión y la gratuidad”. Dice mi viejo amigo que, quien así habla, no tiene carisma para cambiar nada, tampoco a sí mismo. 
 Nuestra razón de ser
Ofrecer lo que creemos
Mi amigo, que tiene varios lustros más que yo, me indicó, sin pretender enseñar, que un rasgo esencial de la vida religiosa es la inculturación. El vivir al ritmo de la época. Que la inducción hacia la trascendencia en cada contexto sólo se da cuando hay personas que la hacen posible y creen en ella. Hace unos meses aludiendo al Año de la fe, decía sencillamente: “lo que hace falta es personas que, en verdad, crean”, lo hacía comentando determinadas terapias-espectáculo con las que pretendemos comunicar qué significa creer a base de fuerza y número. Él, formado en la escolástica, resulta que es un ejemplo claro de que la evangelización crece en el diálogo y la aceptación del lugar donde está la persona. Así, no vive la pluralidad como peligro, ni la interculturalidad como contaminación. Así, reitera que la vida religiosa es la palabra ágil de la Iglesia para este tiempo, porque curiosamente, es la única forma de vida que puede rehacerse desde lo que Dios está sugiriendo para hacerse comprensible para esta época.
Comprender lo que vivimos
La mayor parte de las cosas que se escriben sobre la vida religiosa le resultan útiles. También en esto es rara avis porque no tiene otro tipo de pretensión respecto a la verdad, sólo admirarla. Él es de los que da ejemplo en el siempre aprender. No tiene tanto prejuicio como para situar autores en el índice de lo prohibido. Una mañana que pasó a saludarme, me comentó: “te das cuenta de la riqueza que supone la información”. Y me relató varios acontecimientos ocurridos a miles de kilómetros que supondrían un cambio muy significativo en la humanidad. Aquel día habían confluido una manifestación en Buenos Aires, un encierro en Sudáfrica, la construcción de un gigantesco puente en Australia y un acto académico en Paris… Conocerlo todo y quedarse con lo bueno, «es una oportunidad para quien, enamorado del evangelio, lea la vida y la historia, como historia de Salvación», suele repetir. No le gustan determinados editoriales de los periódicos porque sostiene que la ideología es enemiga de la verdad. Por eso su editorial diario lo hace de distintas publicaciones. Es un ejercicio sencillo, casi matemático suele ejemplificar, «si quitas todo lo que va contra, sueles encontrar todo lo que, de verdad es». También sobre este asunto de las ideologías tiene sus enseñanzas, en lo que se refiere a la Iglesia. Este tiempo necesita personas con horizontes amplios en los cuales sólo se busque a un Dios que se ha empeñado en hacer camino con la humanidad. Filosóficamente es un tiempo muy rico, dice mi anciano amigo, -el quiere que lo llame viejo-, porque es más real y que, «como los polos opuestos se atraen, está encantado con este tiempo porque es nuevo y se encuentra a gusto en él». En esto también rompe el molde, al menos a mí me lo parece, cuando sin forzar el discurso es capaz de encontrar aspectos muy positivos en el tono y el fondo de la juventud. Por ejemplo, dice él, que le gusta encontrar y ver a los jóvenes en sus ámbitos y no tanto en los que nosotros les proporcionamos. En estos últimos, afirma, hacen y dicen lo que a nosotros nos gusta oír, no tanto lo que, de verdad, circula por sus venas y, claro, así nunca llegamos a tener noticia real de cómo es en realidad la juventud. Por eso aplaude cuando ve presencias arriesgadas de la vida religiosa en espacios conquistados por los jóvenes… Dice, con gracia, que la cuestión no es adoctrinar, sino entender. Y hoy, desgraciadamente, estamos confundiendo la pastoral de juventud con adoctrinamiento, aunque no se entienda nada.